Amar es lo que me impide amar con rutina. Porque cuando amo me doy demasiada cuenta de lo que estoy sintiendo, ya que siempre vuelvo a enamorarme con aquella intensidad profética de la adolescencia. Samuel habrá sido la última prueba? Vivir es lo que me inhibe vivir con despreocupación, porque yo vivo todo con un exceso de sensaciones. Me agrada que el sol penetre en mi piel hasta que los poros se abran en condenadas ampollas, disfruto que el mar arrugue mi carne con sus olas como navajas saladas, que el aire produzca infección en mis lagrimales y el pus se endurezca en legañas o postillas, disfruto tragar polvo, sentir en mi garganta el cosquilleo del alto nivel de polución. Y claro, vivir de esa manera tan física, tan trascendental, me aniquila; entonces me refugio en los libros. Leer me impulsa a leer. La lectura es la señal de que aún poseo inocencia, de que todavía puedo preguntar. Preguntar, a quién? cuando voy por la mitad de un libro por fin dejo de ser yo. Porque leyendo sueño. Pero leer, soñar y besar en los labios es vivir con mi yo, dentro de mi yo. Aprecio la melancolía del yo. Existe una extraña seducción entre tu yo y el mío, entre el yo de aquel que por convencionalismos morales o traumas sociales restará importancia al yo íntimo del otro. Leer es lo único que puede hacer coincidir las soledades sin que nuestro ego predomine por encima de las épocas, los sitios, la costumbre del otro. Aceptar al prójimo no es lo mismo que tolerarlo, es una verdad de Perogrullo que hemos desdeñado demasiado aprisa. En el verbo tolerar está ímplicita la censura. Todavía el hecho de leer permite, anque a duras penas, a causa de constituir una vivencia cultural, la aceptación del otro yo, y en el más afortunado e inteligente de los casos admitimos mezclarlo con el nuestro. Aceptamos el miedo a la muerte, el cual asumimos como un suceso culto.
Zoé Valdés in Café Nostalgia
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